Tus patas de oro marcaron el mapa de mis días,
nueve inviernos derritiéndose en el calor de tu hocico,
nueve primaveras perseguidas en pelota y ladrido.
Eres la caricia que no pide explicaciones,
el terremoto de cola que desarma mis noches frías.
Pelaje de atardecer, mirador de paciencia:
Me enseñaste a leer el mundo en lengüetazos.
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